martes, 18 de febrero de 2014

¿Cuánto valgo? Una vuelta más sobre la problemática de la autoestima


Hola!

Todos sabemos de qué se trata la autoestima, es un concepto que se conoce vulgarmente y que se utiliza frecuentemente en cualquier conversación para referirnos a otros o bien a nosotros mismos.
En esta oportunidad  les propongo un artículo de Luis Hornstein publicado en PAGINA 12 sobre la autoestima para darle una vuelta más a la problemática y empezar a acercar respuestas posibles.

¿De qué está hecha la autoestima? ¿por qué algunas personas se estiman mucho a sí mismas y otras no? Las raíces de la autoestima se encuentran en la primera infancia. Y es por eso que los psicólogos cuando detectamos problemas relacionados con la autoestima investigamos en la historia de la persona esos primeros momentos en los que requirió del cuidado de los otros, siendo ese primer otro significativo, la madre. ¿Cómo fue ese encuentro con la madre y, con el padre? ¿cómo se establecieron esos primeros vínculos? ¿qué emociones/ sentimientos/ afectos predominaban en los intercambios con las personas de su entorno? ¿se estimulaba la independencia y autonomía del bebé o, por el contrario, los temores y angustias de los padres inhibían los procesos de separación? ¿se vivían con júbilo y alegría las pautas que dan cuenta del crecimiento o la nostalgia y la melancolía ocupaban el centro de la escena por el bebé que dejaba de ser tal para ser un niño?

La autoestima no es sólo algo del pasado, a medida que una persona va creciendo, va cambiando y puede tener la oportunidad de modificar algo (mucho o poco) de esas primeras marcas en la autoestima. Podemos definir la autoestima como el modo en que nos valoramos a nosotros mismos, el modo en que nos vemos. Hornstein dice: “la autoestima es lo que pienso y siento sobre mí mismo, no lo que piensan o sienten otras personas acerca de mí. Aunque mi familia, mi pareja y mis amigos me amen o me admiren, yo puedo sentirme insignificante”. Es decir que es en la persona (en su modo de valorar su propia realidad) y no en la realidad en sí que está el problema, aunque la realidad pueda a su vez verse afectada por cómo esa persona actúa en función de lo que cree de sí misma. Hornstein propone un modelo "económico" para poder entender el peso de la autoestima en el funcionamiento interno.

Otro aspecto interesante del artículo es que en la distinción de los 4 tipos de autoestima, resulta que no es “mejor” tener una “alta autoestima” -contrario a lo que podríamos pensar en una primer acercamiento al tema-, ya que si la autoestima es alta pero inestable, la persona puede sentirse fuertemente amenazada por las críticas y las opiniones de los otros; destacarse o brillar están al servicio de encubrir y proteger una fragilidad interna que se ve amenazada ante la mirada del afuera.

Sin más rodeos, les dejo el link y el artículo, es de fácil lectura así que no es necesario ser psicólogo para entenderlo. Espero sus comentarios a través del blog o por mail.

Paula



MODALIDADES Y VAIVENES DE LA AUTOESTIMA
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-238284-2014-01-27.html


“¿Cuánto valgo?”


El autor distingue entre cuatro modalidades de autoestima: cuando la autoestima es alta y estable, el sujeto “no necesita defenderla”, ya que su autoestima “se defiende sola”. Cuando es alta pero inestable, el sujeto “percibe como amenazas las críticas y fracasos”. Cuando es baja e inestable, está siempre “a la espera de acontecimientos exteriores que la puedan elevar”. Y cuando es establemente baja, “se dedica a cuidar ese poco que le queda, antes que a desplegarse en busca de más”.



Por Luis Hornstein *

La autoestima es un estuario turbulento. De muchos ríos: la infancia, las realizaciones, la trama de relaciones significativas, pero también los proyectos (individuales y colectivos) que desde el futuro nutren el presente. La hacen fluctuar la sensación (real o fantaseada) de ser estimado o rechazado por los demás; el modo en que el ideal del yo evalúa la distancia entre las aspiraciones y los logros. La elevan la satisfacción pulsional aceptable para el ideal y la sublimación. También la imagen de un cuerpo saludable y suficientemente estético. Intentan socavarla, simultáneamente, la pérdida de fuentes de amor, las presiones superyoicas desmesuradas, la incapacidad de satisfacer las expectativas del ideal del yo. Sin olvidar las enfermedades y los cambios corporales indeseados. La autoestima es lo que pienso y siento sobre mí mismo, no lo que piensan o sienten otras personas acerca de mí. Aunque mi familia, mi pareja y mis amigos me amen o me admiren, yo puedo sentirme insignificante. Puedo ofrecer una imagen de seguridad y aplomo y aun así temblar por sentirme inadecuado. Puedo satisfacer expectativas de otros y aun así sentirme un fracasado. El síndrome del impostor es crónico en personas con baja autoestima que piensan que no merecen el reconocimiento logrado. Para ellas, la verdad es otra y en algún momento saldrá a la luz. ¿Quién soy? ¿Cuáles son mis cualidades? ¿Cuáles son mis éxitos y mis fracasos, mis habilidades y mis limitaciones? ¿Cuánto valgo para mí y para la gente que me importa? ¿Merezco el afecto, el amor y respeto de los demás? ¿Estoy trabajando bien? ¿Descuidé a mis personas queridas? ¿Mi vida es acorde con mis valores? Para cada uno hay un entramado de proyectos que son com-partidos o compartibles y que implican el reconocimiento del otro. Ese entramado está siempre renovándose y de él deriva la autoestima. Como los proyectos son muchos y los reconocimientos difieren, es posible tener una buena autoestima en el terreno intelectual y una frágil en lo afectivo. Es difícil que fracasos y logros no irradien sobre otros sectores. Las bases de la autoestima se establecen en la infancia, pero la autoestima va variando en las otras etapas de la vida. Incluso en una misma etapa, puede ser más o menos alta, más o menos estable. La autoestima es alimentada desde el exterior.

Se podrían comparar las estrategias de inversión con las que usamos para la autoestima. La cantidad y calidad del amor recibido durante nuestros primeros años constituye un capital inicial. Los “grandes inversores”, que disponen de un importante capital de salida, realizan inversiones que suponen cierto riesgo, pero que pueden generar muchos beneficios. Los “pequeños ahorristas” temen perder lo poco que poseen si corren riesgos; invierten con prudencia. De ese modo, sus beneficios están a la altura del riesgo: son bajos. Aplicado a la autoestima, este modelo “financiero” permite, especialmente, comprender por qué las personas con alta y baja autoestima utilizan estrategias distintas. Las primeras tienen una actitud más audaz ante la existencia: corren más riesgos y toman más iniciativas, y por ello obtienen mayores beneficios. Los segundos, en cambio, son más precavidos y prudentes: se muestran reticentes a correr riesgos.

Distingo cuatro modalidades de autoestima, teniendo en cuenta su nivel y estabilidad: alta y estable, alta e inestable, baja e inestable, baja y estable.

Cuando la autoestima es alta y estable, las circunstancias exteriores y los acontecimientos de vida corrientes tienen poca influencia sobre la autoestima. El individuo no consagra mucho tiempo ni energía a la defensa o la promoción de su imagen. No necesita defenderla. Su imagen se defiende sola. La excesiva confianza en el propio valor y eficacia podría hacerlo más vulnerable a los peligros si no reconoce límites y rechaza cierta información.

La autoestima también puede ser alta pero inestable. Aunque elevada, la autoestima de estas personas padece grandes altibajos. Perciben como amenazas las críticas y fracasos. Siempre están pendientes de desafíos o del reconocimiento de los otros. Luchan denodadamente para destacarse, dominar, hacerse querer o admirar. La imagen les reluce, pero no es oro. Cuando se empaña un poco, asoma una inquietante vulnerabilidad. Este perfil es la base de diversos sufrimientos: ira incontrolable, abuso del alcohol y drogas, adicción al trabajo, depresiones, colapsos narcisistas. El éxito es postizo cuando se siente como una prótesis, cuando implica desgaste emocional, ansiedad excesiva y riesgo depresivo. Un sentimiento de fragilidad los inquieta ante las agresiones (reales o imaginarias), por lo que abunda la tentación de huir hacia adelante, de brillar para no dudar.

La autoestima baja e inestable es vulnerable, a la espera de acontecimientos exteriores que la puedan elevar. Ese sentimiento es frágil y se resiente cuando surgen dificultades. Pagan tributo al juicio de los otros. Su temor a engañarse o engañar a los demás los expone a dudas. La vivencia de impostura transforma los aplausos en dudas constantes acerca del mérito real. Son indecisos por temor a equivocarse. Padecen de una ansiedad permanente en el cumplimiento de sus tareas que los expone a estados depresivos a pesar de “éxitos” notables. Su incomodidad ante el éxito se basa en la contradicción entre la idea que tienen de sí mismos y la mirada de los otros.

Cuando la autoestima es baja y estable, las personas se dedican más a cuidar ese poco que les queda que a desplegarse en busca de más; en otras palabras, más a prevenir fracasos que a intentar un logro. Niños criados en hogares demasiado tristes, caóticos o negligentes probablemente serán adultos con una visión derrotista, que no esperarán ningún estímulo o interés de los otros. Este riesgo es mayor para los hijos de padres ineptos (inmaduros, consumidores de drogas, deprimidos o carentes de objetivos). La autoestima se ve así poco afectada por los acontecimientos exteriores favorables. Están resignados y hacen pocos esfuerzos para valorarse a sus propios ojos o a los de los demás. Si no se sienten queridos, tenderán a replegarse en lugar de renovar vínculos sociales satisfactorios. Si creen haber fracasado, tenderán al autorreproche y a paralizarse. En personas con baja autoestima predominan sufrimientos vinculados con emociones negativas (vergüenza, cólera, inquietud, tristeza, envidia) y padecen de un sentimiento de vulnerabilidad al sentirse amenazadas por las vicisitudes de la vida cotidiana.

Los sujetos con autoestima equilibrada soportan una evaluación, mientras que los de baja exigen aprobación. No se trata de miedo al fracaso, sino de alergia al fracaso. Cuando la autoestima es baja, disminuye la resistencia frente a las adversidades y las personas se atascan en escollos superables. Los déficit en la autoestima no suponen incapacidad para logros, ya que se puede tener el talento y empuje necesarios para conseguirlos. Sin embargo, una baja autoestima disminuye la capacidad de alegrarse con sus logros, que siempre serán vivenciados como insuficientes. Prefieren tener un lugarcito asegurado en un grupo poco valorizado socialmente a esforzarse para defender un lugar en un grupo competitivo. Están dispuestos a compartir los éxitos grupales y encuentran allí la seguridad de una dilución de las responsabilidades si las cosas terminan mal.

Una baja autoestima, sin embargo, tiene aspectos beneficiosos porque admite puntos de vista diferentes de los propios. Por el contrario, una elevada autoestima puede hacer que el sujeto no escuche las informaciones del entorno; y si bien soportan mejor los fracasos, los atribuyen a causas ajenas a ellos mismos. Para evitar cuestionamientos, suelen rodearse de halagadores, lo que fomenta actitudes omnipotentes.

La autoestima necesita estrategias de sostenimiento, desarrollo y protección. Algunos necesitan enormes esfuerzos para protegerla: negación de la realidad, huida o evasión, agresividad hacia los demás. Sacrifican mucho de la calidad de vida y se torturan ante exigencias por expectativas propias y ajenas. ¿Cómo sobreponerse al temor y afrontar lo nuevo? Entrenándose con frustraciones que no los tumben y con gratificaciones que los compensen, aunque no sean inmediatas, aunque sean promesas. Las personas autoevalúan su habilidad en la ejecución de tareas, su concordancia con los patrones éticos y estéticos, la forma en que otros las aman o aceptan y el grado de poder que ejercen.


* Texto extractado del trabajo “Sufrimientos y algo más”, incluido en el libro Los sufrimientos. 10 psicoanalistas-10 enfoques, de Hugo Lerner (comp.).

miércoles, 5 de febrero de 2014

Dolina habla sobre los psicólogos.wmv





Hola a todos!

Se suele decir de los psicólogos que son demasiado solemnes, que se esconden detrás de una actitud impostada de saber total, se dice que nunca dicen lo que piensan y a todo contestan "Mm" o "ahá". Algo de fantasía hay en todo eso, ¡pero también algo de verdad!

Les dejo un video con el audio de un programa radial conducido por Alejandro Dolina en el que se burlan irónicamente de esta misteriosa relación entre el psicólogo y sus pacientes.

Un poco de humor para descomprimir esta semana tan calurosa en Buenos Aires.

Paula

domingo, 26 de enero de 2014

¿Cómo elegir un psicólogo?

Hola a todos!

Continuando con la propuesta de responder a las dudas que surgen frecuentemente respecto de las consultas psicólogicas, hoy les propongo pensar acerca de la elección del profesional adecuado. En una próxima entrada podríamos ahondar en las diferentes escuelas u orientaciones terapéuticas.

Existen distintas modalidades de atención según las orientaciones psicológicas existentes, en nuestro medio una de las más difundidas es el psicoanálisis, pero incluso dentro del psicoanálisis existen diferentes maneras de pensar al sujeto y la terapia en sí. Tal vez al público en general, no le interese una diferenciación muy detallada, sin embargo a la hora de elegir un profesional aclaran que "no quieren hablar de su infancia" o no quieren "perder el tiempo hablando de cuando era chico". Por supuesto que cuando uno tiene un problema quiere resolverlo ya, y no tiene ganas de sentir que está dando vueltas, tampoco es cierto que sea necesario siempre y en todos los casos ahondar en las problemáticas infantiles para encontrar alivio en lo que hoy padecemos. Se puede encarar un trabajo desde lo actual que nos ayude a salir del atolladero, y en un segundo tiempo del tratamiento investigar las causas que nos llevaron hasta esa posición o situación de la que queremos salir. Agendo mentalmente una próxima entrada acerca de por qué los psicoanalistas insistimos con la infancia y la relación con los padres.

¿Qué buscan a la hora de elegir un psicólogo? ¿qué valoran? En el caso de las obras sociales y las medicinas prepagas, muchas veces no tenemos muchas opciones y terminamos eligiendo por la distancia a casa o al trabajo. Considero que es uno de los puntos fundamentales y no debería ser subestimado. Así como lo ideal es que las personas trabajen y estudien cerca de su casa, los servicios de salud también deberían estar cerca, en Salud Pública esto se llama "principio de territorialización" que significa que la distribuición de la oferta de atención en salud debe estar dentro del territorio. Lamentablemente no siempre se logra cumplir este principio y para ello se requiere de una profunda planificación en salud aún pendiente en nuestra ciudad.

¿Cómo elegir un psicólogo?

Es una decisión muy personal, cada uno deberá evaluar qué cualidades le parecen relevantes. Muchos buscan la recomendación de un amigo o un conocido que pueda darles referencias, o prefieren que sea un experto en la problemática por la que consultan. Hay quienes quieren que sea alguien joven o mayor, que sea hombre o mujer. En todos los casos sugiero que, además de las situaciones particulares, tengan en cuenta 3 factores:

1) que puedan enfrentar el costo económico, ir con “el mejor psicólogo del mundo” y tener que dejarlo porque no lo podemos pagar no resulta beneficioso, el trabajo terapéutico exige continuidad entonces mejor elegir alguien que nos guste y que podamos pagar; 

2) que el consultorio quede cerca de casa o del trabajo, tengan en cuenta que las sesiones suelen ser semanales, si tengo que disponer de 3 horas de viaje para ir y volver es muy probable que termine abandonando el tratamiento, otra vez, puede ser el mejor psicólogo del mundo, pero si no voy ¡nada va a pasar!

3) deben encontrar a alguien con quien se sientan cómodos para hablar, que no los inhiba y que logre incentivarlos a realizar el trabajo terapéutico. Si algo no les convence o no les gusta, es mejor que lo charlen, un psicólogo deber ser flexible para adaptarse a las necesidades de quien consulta, tienen que llegar a un acuerdo ya que se necesita de las dos partes para realizar la tarea terapéutica.

Espero sus comentarios y experiencias personales, ¿qué otros factores resultan relevantes?

Paula

miércoles, 22 de enero de 2014

¿Cuándo consultar un psicólogo?

Hola!

Estuve escuchando últimamente, mucha información confusa respecto de qué es un psicólogo, cómo trabaja, cuándo se debe consultar. Muchos colegas aparecen en los medios de comunicación generando un efecto de fascinación que cristaliza en su modo de presentarse el imaginario de lo que es un psicólogo.
La psicología es una disciplina muy amplia que abarca distintos y muy diferentes aspectos dentro del gran campo de investigación acerca de la conducta humana. Dentro de la psicología clínica es muy típica la representación del diván como sinónimo de una consulta psicológica, pero en verdad, el diván es un elemento propio del psicoanálisis e incluso, muchos psicoanalistas -entre los que me incluyo- no lo usamos frecuentemente.
El psicoanálisis ha tenido gran impacto en la sociedad y sus conceptos se han vulgarizado promoviendo una generalización de los mismos que no siempre es fiel a su verdadero sentido o significado. Hoy cualquier persona -sin haber ido nunca a un psicólogo- puede hablar del complejo de Edipo, o entender que "en todo chiste hay una verdad". Esas han sido invenciones del psicoanálisis que se han popularizado.
Por otra parte, es interesante pensar acerca de la pregnancia y el impacto que la psicologización de la vida cotidiana ha tenido en nuestra sociedad, por lo menos en la ciudad de Buenos Aires. Ir al psicólogo ya no es algo raro, de hecho muchas personas han ido por lo menos una vez y otras han sostenido largos tratamientos con más de un terapeuta. Sería interesante que pudiéramos generar un intercambio respecto de este tema. Sólo para esbozar un borrador, considero que la gente en general -siempre me refiero a la ciudad de Buenos Aires- ha desarrollado una capacidad de instrospección y auto-observación muy valiosas, con un interés genuino por comprender las motivaciones de su conducta incluso animándose a pensar que cada uno es producto de una historia social que nos precede y una historia familiar que nos pre-existe.
Podemos afirmar, que hoy ir al psicólogo no es un lujo de unos pocos, lo cual se traduce en un beneficio para la población en su totalidad.
Puntualicé una serie de preguntas que suelen hacerme en las reuniones sociales tan pronto digo que soy psicóloga e intenté aproximar algunas respuestas.
Estemos abiertos a seguir pensando y aportando nuevas visiones sobre estos temas, sea desde el lugar de colegas o de consultantes.
¿Qué es un psicólogo?
Es un profesional que se ha formado para estudiar y buscar comprender la conducta humana. Existen ramas de la psicología que abordan problemáticas distintas, la psicología clínica es la que se ocupa de la salud mental.
La salud mental es un concepto complejo que involucra varios factores y aspectos que hacen que una persona alcance un estado de bienestar emocional, mental y social. En este sentido, es tan importante la relación que tiene consigo mismo como con los otros y con el entorno.
 
¿Cuándo consultar un psicólogo?
¡Existen tantos motivos como personas hay en el mundo! Incluso una misma persona puede consultar por razones diferentes en distintos momentos de su vida. Generalmente se consulta cuando algo no anda bien, no nos sentimos a gusto con nuestro trabajo, o nuestra pareja, o vivimos situaciones familiares o laborales que nos sobrepasan; porque nos sentimos estancados y no podemos tomar decisiones. Las situaciones de la vida, buenas y malas, pueden causarnos estrés, angustia, ansiedad e incluso tristeza o depresión. Los ataques de pánico son también un motivo frecuente de consulta. Todas las personas tenemos la capacidad para desarrollar las habilidades necesarias para enfrentar las demandas de la vida, a algunas les llevará más tiempo que a otras, o les resultará más fácil o más difícil; lo más valioso en un primer momento es darnos cuenta de que necesitamos ayuda y somos capaces de pedirla, es uno de los pasos más difíciles y a la vez más importantes. Empezar a pensar acerca de lo que nos pasa es empezar a cambiar nuestra realidad.
¿Cuándo consultar a un psicólogo para un niño/a o adolescente?
En el caso de los niños y adolescentes quien consulta suele ser el adulto a cargo, a veces incluso por pedido de la escuela. Se evaluará cuál es la situación que merece nuestra atención: ¿el niño/a está muy distraído en la clase? ¿Se lleva mal con sus compañeros? ¿No tiene amigos? ¿Pega o contesta mal a las maestras? ¿Se hace pis en la cama? ¿Hace berrinches?
En los adolescentes las situaciones pueden ser también problemas de conducta o de aprendizaje o bien, dificultades en el vínculo con los padres, problemáticas relacionadas con el despertar sexual o con la vocación, se los ve tristes, desganados, sin intereses.
Algunas situaciones pueden ser pasajeras y luego de un período de crisis, ese malestar o situación problemática disminuya o incluso desaparece, pero cuando no es así, es pertinente consultar a un profesional que nos ayude a valorar la dimensión del problema y las posibilidades de intervención.
La consulta se divide en 2 etapas, la primera es escuchar a los padres, qué les preocupa a ellos, por qué vinieron: ¿la preocupación es propia o lo pide la escuela?, qué esperan del tratamiento. Para realizar un diagnóstico de situación se realizan entrevistas con los padres. Luego, en un segundo momento se escucha al niño/a o adolescente, ¿está interesado en realizar una terapia?, ¿qué expectativas tiene?, ¿qué piensa de la situación problemática?, a veces las razones de los padres no coinciden con lo que el niño/a o adolescente pretende encontrar en esa terapia. Eso será algo a trabajar. A veces la conducta de los niños responde a situaciones que se viven en casa o en la escuela, en cada caso se deberá pensar juntos cuál es la estrategia de intervención adecuada, si trabajamos sólo con los padres en una “orientación a padres”, o bien, trabajamos con el niño y con los padres hacemos un seguimiento en entrevistas mensuales; de ser necesario podemos mantener entrevistas vinculares en las que participe más de un miembro de la familia, etc.
Espero sus comentarios, continuaré subiendo otras inquietudes.

Paula

jueves, 16 de enero de 2014

NUEVOS ENCUENTROS Y DESENCUENTROS: parejas

Comparto con uds. un artículo publicado hace un tiempo en la Sección de Psicología de Página12.
Me parece interesante la propuesta del autor para repensar las nuevas configuraciones de los vínculos en nuestra sociedad y los consecuentes malestares que se pueden producir. Pareciera de algún modo que aún no se encuentran referencias para poder pensar los nuevos modos de relacionarse y gran parte de los padecimientos responden a esta dificultad para crear modalidades propias independientes de los mandatos tradicionales. La sociedad avanza en reconocimiento de derechos individuales pero sin embargo, persiste -tal vez a nivel más inconsciente- una insistencia en repetir modelos ya caducos, fuera de tiempo, al menos de este tiempo que nos toca vivir.
Me gustaría conocer su opinión. No es necesario ser psicólogo para compartir e intercambiar puntos de vista. La propuesta es que pensemos y observemos juntos y cada uno aporte su mirada sobre los fenómenos que discutiremos.
No dejen de comentar!
Paula

Parejas 2013

NUEVOS ENCUENTROS Y DESENCUENTROS


PAGINA 12
El autor destaca que “hoy, en 2013”, la sociedad “ya no regimenta los modos de hacer pareja y, así, junto a la posibilidad de diseñar una pareja más de acuerdo con las elecciones personales, también hay mayor lugar para conflictos, sufrimientos y desavenencias”.

Comparta esta nota con un amigo

E-Mail de su amigo
Su nombre
Su E-Mail

Por Miguel Alejo Spivacow *
Las parejas no son lo que eran. Si hace unas décadas la sociedad reglamentaba firmemente los modos en que estas relaciones se llevaban a cabo, hoy día –2013–, cada vínculo elige los modos de convivencia, de sexualidad, de manejo de lo económico, en fin... cada pareja singular elige los modos de encuentro e intercambio, muchas veces electrónicos o virtuales. La pareja tipo, con su evolución pautada por la sociedad –noviazgo, compromiso, casamiento, viudez–, es una realidad minoritaria en la escena social y los vínculos amorosos funcionan de otras maneras en la vida de la gente. En relación con esto, también los sufrimientos cambian. Si hace cien años una familia reconstituida en virtud de separaciones constituía una excepción ilegal y catastrófica, en nuestros días es un hecho legal y estadísticamente esperable. La pareja, un ámbito clave en el desarrollo de la existencia humana, ha modificado sus formatos y, en este proceso, aparecen algunas y desaparecen otras fuentes de sufrimiento para sus integrantes. Por supuesto, las conocidas maneras de sufrir mantienen su vigencia: la falta de entendimiento, las agresiones, los desencuentros de todo tipo siguen, como antaño, constituyendo un motivo importantísimo de sufrimientos, pero las nuevas maneras de hacer pareja llevan a la aparición de formas originales de padecimiento.
¿Qué puede aportar un psicoanalista desde su práctica clínica al estudio de los nuevos sufrimientos que hoy aparecen en la vida de pareja? Nuestra práctica se lleva a cabo con un sector geográfica y socialmente restringido de parejas e individuos y los sujetos que nos consultan no constituyen muestras representativas de la población general. Tampoco nuestra tarea se condice con la confección de estadísticas rigurosas. Apenas podemos acceder de primera mano a las personas que nos piden ayuda, a los fragmentos de realidad que llegan a nuestras consultas, sin duda no representativos del total de la población. Para obtener una visión más abarcadora del mundo debemos recurrir a fuentes de información como periódicos y bibliografías, de cuya confiabilidad poca cuenta podemos dar. La práctica analítica, entonces, ¿qué puede decir respecto de los nuevos sufrimientos por los que consultan las parejas? ¿Qué nos permite entender de lo que sucede en la comunidad, más allá del consultorio? El desafío de trabajar estos interrogantes y dar provisoriamente cuenta de esta realidad vale la pena. Sin duda, el psicoanálisis puede penetrar en el tejido de los sufrimientos humanos desde perspectivas novedosas y aportar claves y orientaciones enriquecedoras.
Tal vez la libertad actual en cuanto a los modos de hacer pareja, la posibilidad de múltiples formatos que hoy brinda la sociedad, tenga relación con los modos de sufrimiento de las parejas contemporáneas. Si hace unas décadas el camino previsible era el noviazgo, comprar los muebles, armar un nidaje habitacional y seguir los pasos de lo que era una familia aceptada por la sociedad de la época, hoy, en cambio, las parejas deben decidir sobre cuestiones que antes corrían sobre carriles establecidos y, por ejemplo, discutir y consensuar si pasan o no por el Registro Civil –cada vez menos parejas lo hacen– o si las economías serán patrimonialmente independientes o no. Y en esta realidad, muchas opciones que antes estaban prohibidas por los mandatos de la sociedad hoy aparecen como permitidas y configuran terrenos de conflicto y desavenencias. La libertad, sabemos, no siempre aporta felicidad, y menos aún en un vínculo en el cual los distintos participantes suelen aspirar a diferentes libertades; y, ni qué hablar, diferentes esclavitudes.
Fernando y Andrea consultan porque ella quiere casarse y él se opone. Conforman una pareja en la cual ambos promedian la tercera década, ya con una hija de tres años y un varón en camino. Son fuertes las presiones de los padres de ella a favor del matrimonio. La pareja no duda de su amor recíproco, pero él es contrario al “amor instituido” y ella quiere casarse porque esto les da “otra seguridad a los chicos”. La conflictiva tiene muchos aspectos; él asegura aportar mucho más que ella desde el punto de vista patrimonial, lo que le resulta injusto, y ella dice aportar mucho más en el sostén afectivo de la hija, acusándolo a él de egoísta.
Desde el momento en que se da la libertad de elegir un diseño u otro de vínculo, la relación empieza a estar más fuertemente determinada por una multitud de factores personales y como consecuencia se multiplican las consultas psicológicas, cuya tarea es metabolizar conflictos que antes estaban ocultos o encarrilados por las normas culturales. En la actualidad, las relaciones no tienen por qué ser de una manera; pueden ser de varias, con lo mucho que esto implica de conflictos interpersonales a consensuar, en la medida en que, recordemos, la pareja no es un espacio unipersonal. El Otro que no existe ya no regimenta con rigor los modos de hacer pareja, y queda así, junto a la posibilidad de diseñar una pareja más de acuerdo con las elecciones personales, también mayor lugar para conflictos, sufrimientos y desavenencias. A cada miembro de una pareja se le plantea hoy construir con su partenaire un modo de vínculo en el cual quede espacio para los diferentes goces, siempre singulares.
Ahora bien, los muchos problemas del presente no deben llevar a olvidar los problemas de ayer. Hoy, a nuestro entender, la sociedad contemporánea permite a los vínculos amorosos mejorar sustancialmente en materia de padecimientos. El divorcio facilita salir de vínculos mortíferos de los que antes era imposible liberarse; el lugar de la mujer es de mayor reconocimiento y libertad; los homosexuales tienen más acceso a una vida digna y no clandestina. Claramente, el orden social contemporáneo trae a la vida de pareja una mayor posibilidad de diseñar las relaciones amorosas a medida, lo que sin duda es francamente positivo, pero, más allá de las épocas, la pareja es y será una fuente importante de sufrimiento en la existencia humana.
En el conjunto de nuevas modalidades de hacer pareja aparece como bastante habitual lo que muchos llaman parejas descartables. A este respecto, Zygmunt Bauman, en Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, propone que el consumo sin freno de la sociedad de mercado ha transformado las formas de vincularse y amar de los seres humanos, de modo tal que con frecuencia el otro termina funcionando como una mercancía de la que es posible desprenderse, desecharla o abandonarla con relativa facilidad. Bauman opina que, en la sociedad de nuestros días, los vínculos duraderos despiertan el temor de una dependencia paralizante, al tiempo que tampoco parecen rentables desde la lógica comercial. En este contexto, la sexualidad se independiza más y más del amor y adquiere las formas de una transacción circunstancial. Las propuestas de Bauman son aceptadas por muchos autores. Los vínculos amorosos pueden hoy disolverse con gran facilidad desde el punto de vista legal y así las parejas tienen una duración diferente de la que tenían cuando el divorcio legal no existía. La libertad sexual para ambos sexos hace que a lo largo de su vida la gente tenga mucho más fácilmente parejas circunstanciales, sin proyecto de duración. El menú de opciones actual permite que aparezcan día a día nuevos modos de relación de pareja circunstancial.
También la mayor libertad impacta en las parejas cuyo proyecto inicial parecía de larga duración, pero que al encontrarse con conflictos y desavenencias optan por el divorcio. En muchos vínculos, el interés recíproco parecería desgastarse en la convivencia o en los conflictos que implica la vida en común. Nos reencontramos aquí con una vieja observación de Freud, que en “La degradación de la vida erótica” se pregunta por qué los adictos vuelven incansable y lealmente a su droga sin que el tiempo haga mella en su vínculo, mientras que en los vínculos de pareja el tiempo parecería desgastar el interés por el otro y tiende a disminuir la atracción. Las parejas tienen, en síntesis, una descartabilidad o fragilidad diferente de la de antaño, acorde quizá con una época signada por la contingencia y la imprevisibilidad. Pero no por eso desaparecen de escena las relaciones con proyecto de duración; y si alguna prueba puede darse de esta opinión, posiblemente se puede apelar a la proliferación de las familias reconstituidas o ampliadas que entre las cenizas de la institución, como el ave Fénix, resurgen dando testimonio de una esperanza en el amor “largo”, que no deja de no escribirse. “Después de todo qué complicado es el amor breve/ y en cambio qué sencillo el largo amor” (Mario Benedetti, “Bodas de perlas”).

“Todas anormales”

El gran número de divorcios y la proliferación de parejas de breve duración, sumados a otros factores, han llevado a que muchos se pregunten si la pareja con proyecto de duración es una especie en extinción, destinada a desaparecer en la contemporaneidad. Pero esta desaparición no sucede ni parece que vaya a suceder. Si bien la duración promedio de las parejas es muy inferior a lo que se veía antaño, la pareja con intenciones de duración sigue convocando a muchos, en la medida en que constituye la prolongación habitual de un suceder que atraviesa sociedades y culturas a lo largo de los siglos: el enamoramiento. El enamoramiento, en efecto, ha estado siempre presente en la vida de hombres y mujeres, en la medida en que resulta del reencuentro en un otro de rasgos particulares tales que desencadenan la alucinación de experiencias de amor de la vida infantil (Freud). Esta característica del enamoramiento posiblemente constituya una de las razones de la presencia de la pareja con proyecto de duración en las diferentes culturas. Y posiblemente esta necesidad de reencontrar y estabilizar en la adultez algo de la potencia amorosa de la vida infantil tenga relación con el deseo de formar familias que, tal como señala E. Roudinesco, parecería no extinguirse y aun redoblarse en nuestros días. Hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, forman familias sostenidas en parejas de diversos formatos.
Las familias de hoy no presentan las características que habitualmente presentaban antaño y con frecuencia no se originan en dos jóvenes sin hijos que se unen en matrimonio. Uno de los modos más frecuentes de relación es el de uniones de partenaires que ya tienen hijos de parejas anteriores, lo que se llama “segundos matrimonios” o “familias ampliadas”. Es éste quizás el formato más representativo de la pareja y la familia de nuestros días y sus sufrimientos y conflictos constituyen muchos de los pedidos de ayuda en los consultorios psi. En su base, encontramos a parejas que están marcadas desde el comienzo por la singularidad y que deben construir un modelo propio de funcionamiento.
Daniel: “Nosotros, ambos, éramos separados, cada uno con hijos, ella tres y yo dos. Estamos juntos hace seis años. Pasamos cuatro años extraordinarios, muy buenos. Al promediar el cuarto año teníamos un proyecto de convivir y, antes de realizarlo, yo pensé que no era lo mejor para nosotros, di marcha atrás y a partir de ahí tenemos años durísimos, en los que tengo que pensar que nos queremos mucho para seguir juntos. Ella un día, en un viaje a Córdoba, me dice: ‘Terminé, no sigo con vos, a la vuelta no sigo’. No nos vimos por diez días, pero... volvimos, yo la fui a buscar, le propuse hacer terapia de pareja y ella no quiso saber nada. Dos días después me dice –ella hace un año había pedido hacer terapia de pareja y yo no había querido– que está dispuesta a hacer terapia de pareja, por suerte”.
Sara: “No sé, yo lo veo totalmente distinto, no sé qué decir...”
Analista: “Suele ser así”.
Sara: “Yo tendría que explicar por qué bajé la persiana. La bajé, yo hice eso. Más de una vez le mandé cartas, le supliqué, lo nuestro no es normal. Las cosas que están mal a mí me lastiman y no las puedo bancar más”.
Analista: “Sara, ¿podés poner algún ejemplo?”.
Sara: “Ese viaje a Córdoba fue un regalo sorpresa mío, el día anterior dudé, porque él estaba en idilio total con una de sus hijas, no estaba conmigo. El estaba con sus otras cosas. Me hizo suspenderlo, yo había organizado todo con los chicos. Dijo que no lo hacía. Yo dije: soy la novia del fin de semana y la verdad, eso no lo quiero. Pretendo algo más”.
Daniel: “Los dos pretendemos más y nos queremos. No tengo dudas de que los dos somos los actores de esto y yo hice cosas, pero en realidad no es un idilio con mi hija. Ella es muy miedosa, terriblemente miedosa, y me parecía que no iba a venir a Córdoba. Yo quería ayudarla, tiene una muy mala relación con la madre”.
Sara: “Cuando las cosas las tienen claras los grandes, también los chicos las tienen claras; si no, no. Para mí lo del viaje fue como dejar a la novia en el altar. Ahí empezamos a remar. A mí me cayó mal”.
Los conflictos entre Daniel y Sara, y en términos generales en los llamados segundos matrimonios, muestran duelos que se estancan en elaboraciones dificultosas, culpas y temores con los hijos, lealtades invisibles, conflictos heredados de los vínculos anteriores que tiñen y deforman los conflictos actuales, complicidades inconscientes entre hijos y progenitores que atentan contra el vínculo presente. Por razones diversas, a los distintos miembros de la pareja y/o de la familia les resulta difícil dar vuelta la página y empezar una historia que no arrastre en demasía las herencias del pasado ni las comparaciones con las familias que imaginan “normales” (¡!). Cuando las familias ampliadas pierden la aspiración a ser familias normales y asumen que nunca serán como las familias tradicionales resultantes de un primer matrimonio, se facilita en ellas la construcción de una mejor convivencia, adecuada a sus necesidades e independiente de modelos de familias perfectas que no existen más que en la fantasía. Mejor aún, por supuesto, si entienden que la familia normal es un invento y que todas las parejas y familias vitales son anormales.
En el abordaje clínico de este tipo de vínculos es importante recordar que, más allá de las dificultades que tengan en organizar una convivencia placentera, expresan un deseo de familia y de convivencia que debe ser rescatado. Roudinesco y otros proponen denominar a las familias ensambladas o recompuestas con el término “familias afectivas” y destacan como eje organizador en ellas un “deseo de familia” que va más allá de las autorizaciones exteriores y los establishments jurídicos y/o religiosos, para los cuales no son generalmente bienvenidas. Elisabeth Roudinesco, en La familia en desorden (2002), dice que “la aparición del concepto de ‘familia recompuesta’ remite a un doble movimiento de desacralización del matrimonio y humanización de los lazos de parentesco. La familia parece en condiciones de convertirse en un lugar de resistencia a la tribalización orgánica de la sociedad mundializada”.
* Fragmento de “Las parejas y sus sufrimientos”, incluido en Los sufrimientos. Diez psicoanalistas - diez enfoques, de Hugo Lerner (comp.); ed. Fundep-Psicolibro.