Hola!
Todos sabemos de qué se trata la autoestima, es un concepto que se conoce vulgarmente y que se utiliza frecuentemente en cualquier conversación para referirnos a otros o bien a nosotros mismos. En esta oportunidad les propongo un artículo de Luis Hornstein publicado en PAGINA 12 sobre la autoestima para darle una vuelta más a la problemática y empezar a acercar respuestas posibles.
¿De qué está hecha la autoestima? ¿por qué algunas personas se estiman mucho a sí mismas y otras no? Las raíces de la autoestima se encuentran en la primera infancia. Y es por eso que los psicólogos cuando detectamos problemas relacionados con la autoestima investigamos en la historia de la persona esos primeros momentos en los que requirió del cuidado de los otros, siendo ese primer otro significativo, la madre. ¿Cómo fue ese encuentro con la madre y, con el padre? ¿cómo se establecieron esos primeros vínculos? ¿qué emociones/ sentimientos/ afectos predominaban en los intercambios con las personas de su entorno? ¿se estimulaba la independencia y autonomía del bebé o, por el contrario, los temores y angustias de los padres inhibían los procesos de separación? ¿se vivían con júbilo y alegría las pautas que dan cuenta del crecimiento o la nostalgia y la melancolía ocupaban el centro de la escena por el bebé que dejaba de ser tal para ser un niño?
La autoestima no es sólo algo del pasado, a medida que una persona va creciendo, va cambiando y puede tener la oportunidad de modificar algo (mucho o poco) de esas primeras marcas en la autoestima. Podemos definir la autoestima como el modo en que nos valoramos a nosotros mismos, el modo en que nos vemos. Hornstein dice: “la autoestima es lo que pienso y siento sobre mí mismo, no lo que piensan o sienten otras personas acerca de mí. Aunque mi familia, mi pareja y mis amigos me amen o me admiren, yo puedo sentirme insignificante”. Es decir que es en la persona (en su modo de valorar su propia realidad) y no en la realidad en sí que está el problema, aunque la realidad pueda a su vez verse afectada por cómo esa persona actúa en función de lo que cree de sí misma. Hornstein propone un modelo "económico" para poder entender el peso de la autoestima en el funcionamiento interno.
Otro aspecto interesante del artículo es que en la distinción de los 4 tipos de autoestima, resulta que no es “mejor” tener una “alta autoestima” -contrario a lo que podríamos pensar en una primer acercamiento al tema-, ya que si la autoestima es alta pero inestable, la persona puede sentirse fuertemente amenazada por las críticas y las opiniones de los otros; destacarse o brillar están al servicio de encubrir y proteger una fragilidad interna que se ve amenazada ante la mirada del afuera.
Sin
más rodeos, les dejo el link y el artículo, es de fácil lectura así que no es
necesario ser psicólogo para entenderlo. Espero sus comentarios a través del blog o por mail.
Paula
MODALIDADES
Y VAIVENES DE LA AUTOESTIMA
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-238284-2014-01-27.html
“¿Cuánto valgo?”
El
autor distingue entre cuatro modalidades de autoestima: cuando la autoestima es
alta y estable, el sujeto “no necesita defenderla”, ya que su autoestima “se
defiende sola”. Cuando es alta pero inestable, el sujeto “percibe como amenazas
las críticas y fracasos”. Cuando es baja e inestable, está siempre “a la espera
de acontecimientos exteriores que la puedan elevar”. Y cuando es establemente
baja, “se dedica a cuidar ese poco que le queda, antes que a desplegarse en
busca de más”.
La autoestima es un estuario
turbulento. De muchos ríos: la infancia, las realizaciones, la trama de
relaciones significativas, pero también los proyectos (individuales y
colectivos) que desde el futuro nutren el presente. La hacen fluctuar la
sensación (real o fantaseada) de ser estimado o rechazado por los demás; el
modo en que el ideal del yo evalúa la distancia entre las aspiraciones y los
logros. La elevan la satisfacción pulsional aceptable para el ideal y la
sublimación. También la imagen de un cuerpo saludable y suficientemente
estético. Intentan socavarla, simultáneamente, la pérdida de fuentes de amor,
las presiones superyoicas desmesuradas, la incapacidad de satisfacer las
expectativas del ideal del yo. Sin olvidar las enfermedades y los cambios
corporales indeseados. La autoestima es lo que pienso y siento sobre mí mismo,
no lo que piensan o sienten otras personas acerca de mí. Aunque mi familia, mi
pareja y mis amigos me amen o me admiren, yo puedo sentirme insignificante.
Puedo ofrecer una imagen de seguridad y aplomo y aun así temblar por sentirme
inadecuado. Puedo satisfacer expectativas de otros y aun así sentirme un
fracasado. El síndrome del impostor es crónico en personas con baja autoestima
que piensan que no merecen el reconocimiento logrado. Para ellas, la verdad es
otra y en algún momento saldrá a la luz. ¿Quién soy? ¿Cuáles son mis
cualidades? ¿Cuáles son mis éxitos y mis fracasos, mis habilidades y mis
limitaciones? ¿Cuánto valgo para mí y para la gente que me importa? ¿Merezco el
afecto, el amor y respeto de los demás? ¿Estoy trabajando bien? ¿Descuidé a mis
personas queridas? ¿Mi vida es acorde con mis valores? Para cada uno hay un
entramado de proyectos que son com-partidos o compartibles y que implican el
reconocimiento del otro. Ese entramado está siempre renovándose y de él deriva
la autoestima. Como los proyectos son muchos y los reconocimientos difieren, es
posible tener una buena autoestima en el terreno intelectual y una frágil en lo
afectivo. Es difícil que fracasos y logros no irradien sobre otros sectores.
Las bases de la autoestima se establecen en la infancia, pero la autoestima va
variando en las otras etapas de la vida. Incluso en una misma etapa, puede ser
más o menos alta, más o menos estable. La autoestima es alimentada desde el
exterior.
Se podrían comparar las estrategias
de inversión con las que usamos para la autoestima. La cantidad y calidad del
amor recibido durante nuestros primeros años constituye un capital inicial. Los
“grandes inversores”, que disponen de un importante capital de salida, realizan
inversiones que suponen cierto riesgo, pero que pueden generar muchos
beneficios. Los “pequeños ahorristas” temen perder lo poco que poseen si corren
riesgos; invierten con prudencia. De ese modo, sus beneficios están a la altura
del riesgo: son bajos. Aplicado a la autoestima, este modelo “financiero”
permite, especialmente, comprender por qué las personas con alta y baja
autoestima utilizan estrategias distintas. Las primeras tienen una actitud más
audaz ante la existencia: corren más riesgos y toman más iniciativas, y por
ello obtienen mayores beneficios. Los segundos, en cambio, son más precavidos y
prudentes: se muestran reticentes a correr riesgos.
Distingo cuatro modalidades de
autoestima, teniendo en cuenta su nivel y estabilidad: alta y estable, alta e
inestable, baja e inestable, baja y estable.
Cuando la autoestima es alta y
estable, las circunstancias exteriores y los acontecimientos de vida corrientes
tienen poca influencia sobre la autoestima. El individuo no consagra mucho
tiempo ni energía a la defensa o la promoción de su imagen. No necesita
defenderla. Su imagen se defiende sola. La excesiva confianza en el propio
valor y eficacia podría hacerlo más vulnerable a los peligros si no reconoce
límites y rechaza cierta información.
La autoestima también puede ser alta
pero inestable. Aunque elevada, la autoestima de estas personas padece grandes
altibajos. Perciben como amenazas las críticas y fracasos. Siempre están
pendientes de desafíos o del reconocimiento de los otros. Luchan denodadamente
para destacarse, dominar, hacerse querer o admirar. La imagen les reluce, pero
no es oro. Cuando se empaña un poco, asoma una inquietante vulnerabilidad. Este
perfil es la base de diversos sufrimientos: ira incontrolable, abuso del alcohol
y drogas, adicción al trabajo, depresiones, colapsos narcisistas. El éxito es
postizo cuando se siente como una prótesis, cuando implica desgaste emocional,
ansiedad excesiva y riesgo depresivo. Un sentimiento de fragilidad los inquieta
ante las agresiones (reales o imaginarias), por lo que abunda la tentación de
huir hacia adelante, de brillar para no dudar.
La autoestima baja e inestable es
vulnerable, a la espera de acontecimientos exteriores que la puedan elevar. Ese
sentimiento es frágil y se resiente cuando surgen dificultades. Pagan tributo
al juicio de los otros. Su temor a engañarse o engañar a los demás los expone a
dudas. La vivencia de impostura transforma los aplausos en dudas constantes
acerca del mérito real. Son indecisos por temor a equivocarse. Padecen de una
ansiedad permanente en el cumplimiento de sus tareas que los expone a estados
depresivos a pesar de “éxitos” notables. Su incomodidad ante el éxito se basa
en la contradicción entre la idea que tienen de sí mismos y la mirada de los
otros.
Cuando la autoestima es baja y
estable, las personas se dedican más a cuidar ese poco que les queda que a
desplegarse en busca de más; en otras palabras, más a prevenir fracasos que a
intentar un logro. Niños criados en hogares demasiado tristes, caóticos o
negligentes probablemente serán adultos con una visión derrotista, que no
esperarán ningún estímulo o interés de los otros. Este riesgo es mayor para los
hijos de padres ineptos (inmaduros, consumidores de drogas, deprimidos o
carentes de objetivos). La autoestima se ve así poco afectada por los
acontecimientos exteriores favorables. Están resignados y hacen pocos esfuerzos
para valorarse a sus propios ojos o a los de los demás. Si no se sienten
queridos, tenderán a replegarse en lugar de renovar vínculos sociales
satisfactorios. Si creen haber fracasado, tenderán al autorreproche y a
paralizarse. En personas con baja autoestima predominan sufrimientos vinculados
con emociones negativas (vergüenza, cólera, inquietud, tristeza, envidia) y
padecen de un sentimiento de vulnerabilidad al sentirse amenazadas por las
vicisitudes de la vida cotidiana.
Los sujetos con autoestima
equilibrada soportan una evaluación, mientras que los de baja exigen
aprobación. No se trata de miedo al fracaso, sino de alergia al fracaso. Cuando
la autoestima es baja, disminuye la resistencia frente a las adversidades y las
personas se atascan en escollos superables. Los déficit en la autoestima no
suponen incapacidad para logros, ya que se puede tener el talento y empuje
necesarios para conseguirlos. Sin embargo, una baja autoestima disminuye la
capacidad de alegrarse con sus logros, que siempre serán vivenciados como
insuficientes. Prefieren tener un lugarcito asegurado en un grupo poco
valorizado socialmente a esforzarse para defender un lugar en un grupo
competitivo. Están dispuestos a compartir los éxitos grupales y encuentran allí
la seguridad de una dilución de las responsabilidades si las cosas terminan
mal.
Una baja autoestima, sin embargo,
tiene aspectos beneficiosos porque admite puntos de vista diferentes de los
propios. Por el contrario, una elevada autoestima puede hacer que el sujeto no
escuche las informaciones del entorno; y si bien soportan mejor los fracasos, los
atribuyen a causas ajenas a ellos mismos. Para evitar cuestionamientos, suelen
rodearse de halagadores, lo que fomenta actitudes omnipotentes.
La autoestima necesita estrategias
de sostenimiento, desarrollo y protección. Algunos necesitan enormes esfuerzos
para protegerla: negación de la realidad, huida o evasión, agresividad hacia
los demás. Sacrifican mucho de la calidad de vida y se torturan ante exigencias
por expectativas propias y ajenas. ¿Cómo sobreponerse al temor y afrontar lo
nuevo? Entrenándose con frustraciones que no los tumben y con gratificaciones
que los compensen, aunque no sean inmediatas, aunque sean promesas. Las
personas autoevalúan su habilidad en la ejecución de tareas, su concordancia
con los patrones éticos y estéticos, la forma en que otros las aman o aceptan y
el grado de poder que ejercen.
*
Texto extractado del trabajo “Sufrimientos y algo más”, incluido en el libro
Los sufrimientos. 10 psicoanalistas-10 enfoques, de Hugo Lerner (comp.).